Isaías 46:9-10
“Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero.”
Meditación
El Dios de la Escritura no es un espectador del mundo: es su Autor soberano. Desde antes que el tiempo comenzara, Él había decretado cada segundo, cada suceso, cada salvación, cada lágrima, cada victoria y cada final. Nada escapa a Su plan. Nada le sorprende. Nada le detiene.
Él anuncia el porvenir no porque lo adivina, sino porque lo ordena. Su consejo es eterno, sabio, justo y bueno. Y no puede fallar, porque Él es todopoderoso y nadie puede frustrarlo.
John Flavel dijo:
“La providencia no es otra cosa que el cumplimiento diario del decreto eterno de Dios.”
Este Dios soberano no solo gobierna reinos y galaxias. También cuida a sus hijos uno por uno. El mismo que sostiene las estrellas sostiene tu vida. Lo que permite, lo hace con propósito. Lo que ordena, lo cumple con fidelidad. Y lo que promete, lo guarda con perfección.
Aplicación
- ¿Qué significa esto para ti hoy?
Significa que no estás a la deriva en un mundo caótico. No eres el capitán de tu destino, pero sí estás en manos del Rey del universo, que hace “todo lo que quiere” —y Su querer para con los suyos es amor eterno.
Esto te da:
- Humildad, porque tú no eres el centro del mundo.
- Paz, porque todo está en las manos de Dios, no en las tuyas.
- Confianza, porque lo que Él ha comenzado en ti, lo terminará (Fil. 1:6).
- Adoración, porque no hay nadie semejante a Él.
Como decía Stephen Charnock:
“Dios no es más glorioso cuando hace milagros que cuando cumple Su propósito a través de cada segundo común de tu vida.”
Oración
“Señor eterno y soberano,
reconozco hoy con reverencia que no hay otro Dios fuera de Ti.
Tus caminos son altos, tus planes perfectos, y tu poder irresistible.
Haz que mi alma se rinda con gozo ante tu voluntad,
que no me resista a tu mano,
ni dude de tu cuidado en medio del dolor.
Confieso que a veces temo lo incierto,
pero descanso en que mi mañana ya fue escrito por tu consejo.
Permíteme caminar con fe,
adorar con humildad,
y obedecer con alegría,
sabiendo que todo, absolutamente todo, está bajo tu trono.
En el nombre de Aquel en quien se cumplen todos tus propósitos:
Jesucristo, Rey de reyes,
Amén.”