Jeremías 9:23-24
“Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni el valiente en su valentía, ni el rico se alabe en sus riquezas.
Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová…”2 Timoteo 4:7-8
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
Por lo demás, me está guardada la corona de justicia…”
Meditación
Vivimos en una era donde el éxito se mide en títulos, aplausos, riquezas o influencia. Pero Dios mide con otra vara. Mientras el mundo se alaba a sí mismo por lo que ha conquistado, el Señor declara que solo hay una razón válida para gloriarse: conocerle a Él.
Conocer a Dios no es saber sobre Él, ni servirle mecánicamente. Es amar Su carácter, andar en comunión con Él, vivir rendido a Su voluntad. Este conocimiento es profundo, transformador y eterno.
Thomas Watson dijo:
“El conocimiento de Dios es una joya que solo se encuentra en la Biblia, pero se valora en el corazón renovado.”
El apóstol Pablo, al final de su vida, no se jacta de fundar iglesias, escribir epístolas o tener revelaciones. No dice: “Triunfé.” Dice: “He guardado la fe.” Su éxito está en haber corrido con fidelidad hasta el final, y en que su premio no es terrenal, sino eterno: la corona de justicia del Juez justo.
El éxito verdadero no se mide en resultados, sino en relación y perseverancia. No es cuántos te siguen, sino si tú has seguido a Cristo. No es si otros te aplauden, sino si Dios te aprueba.
Aplicación
- ¿Dónde está tu definición de éxito?
- ¿Cuánto tiempo inviertes en conocer a Dios comparado con otros logros?
- ¿Puedes decir que estás peleando la buena batalla y guardando la fe?
El éxito que Dios premia no se logra con fuerza humana, sino con gracia perseverante.
Como decía Richard Sibbes:
“Los que llegan al cielo, llegan cojeando, pero llegan sostenidos por Cristo.”
Vive de tal manera que, al final de tus días, puedas decir como Pablo: “He acabado mi carrera”, no perfecta, pero perseverante. Y que tu única alabanza sea esta: “Conozco a mi Dios.”
Oración
“Señor glorioso,
líbrame de buscar la gloria que el mundo ofrece.
Hazme sabio, no según los hombres, sino según tu verdad.
No permitas que mi alma se jacte en mi esfuerzo, sino en tu misericordia.
Concédeme gracia para conocerte más, amarte mejor, servirte con pureza.
Y si me das vida larga, que la viva para Ti.
Y si la acortas, que la termine fiel.
Al final, no quiero trofeos en vitrinas, sino tu corona sobre mi frente,
la que das a los que aman tu venida.
Amén.”