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Meditando acerca de la gloria de Cristo

Oct 23, 2023

A lo largo del día, el ser humano se sumerge constantemente en continuas reflexiones o meditaciones. Nuestra mente acaricia pensamientos, ya sean afables o no. Ha sido diseñada para reflexionar sobre experiencias pasadas y planificar el futuro. Siempre estamos considerando diversos aspectos: momentos, vivencias, relaciones, entre otros. En ocasiones, meditaciones pasajeras cruzan nuestra mente como visitantes de paso, mientras que otras, a las que denominaremos «meditaciones solemnes», conmueven nuestro corazón y nos inclinan hacia el Señor.

El propósito de este escrito es invitar al lector a reflexionar sobre en qué aspectos meditamos con frecuencia. Proponemos un tema de meditación: la gloria de Cristo. Deseamos que su mente se ocupe de uno de los temas más solemnes en los que un auténtico creyente puede sumergirse.

Pensemos primero en algunos personajes de la biblia que hicieron uso de la práctica de la meditación:

  • Encontramos a Isaac meditando en el campo: “Y había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde; y alzando sus ojos miró, y he aquí los camellos que venían. Génesis 24:63”
  • El Rey David meditando en los estatutos del Señor: “Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé, Y meditaré en tus estatutos. Salmo 119:48”
  • El Apóstol Pablo les da algunas instrucciones prácticas a los filipenses acerca de en qué cosas deberían estar ocupando su mente “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. 9 Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros. Filipenses 4:8-9”

 

«La meditación es el sofá del alma.» – Thomas Watson.

En efecto, reservar constantemente un espacio o momento de quietud, donde nuestros afectos sean estimulados por el resplandor de la gloria del evangelio de Cristo, contribuirá a fortalecer nuestra fe y a resistir las tentaciones que enfrentamos.

 La meditación (solemne) nos ayuda a mantener nuestros corazones cerca de Dios, y asegura que su verdad esté siempre fresca en nuestra memoria. John Owen

 

Hay dos maneras de ver la Gloria de Cristo: ahora en este mundo por medio de la fe, y en el cielo por la vista para toda la eternidad, dijo John Owen.  Una vez que la gloria del Evangelio de Cristo resplandeció en nuestros corazones «2 Corintios 4:4-8», y nos hizo nueva criatura, la consideración constante de esa gloria no debería pasar desapercibida en nuestro peregrinaje por el mundo.

La Gloria de Cristo en su encarnación y humillación.

El misterio de la unión de las dos naturalezas de Cristo, humana y divina, ¿quién podrá comprenderlo? Lo que podemos afirmar con certeza es que Él fue verdaderamente humano y verdaderamente Dios.

Desde los albores del Génesis, encontramos la promesa de redención que se cumpliría en la persona de Cristo (Génesis 3:15). Uno que, además, sería «el más hermoso de los hijos de los hombres. (Salmos 45:2)» y a quien se otorgarían nombres que solo podrían aplicarse a Él: «y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. (Isaías 9:6)» .

Llegó el día en que esas dos naturalezas, humana y divina, se fusionaron sin separación, sin confusión, manteniendo cada una su identidad: «Aquel Verbo se hizo carne» (Juan 1:14). Aquel que había existido desde la eternidad, «el cual, siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en la cruz» (Filipenses 2:6-8).

Qué gloriosa es esta verdad: Aquel que se hizo semejante a nosotros será para siempre el Dios-hombre, totalmente Dios y totalmente humano. «Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15). Vive hoy y por los siglos de los siglos (Apocalipsis 1.18).

La Gloria de Cristo en su exaltación.

El Dador de Vida, entregando su vida en la cruz para cumplir su eterno propósito de salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10), desafió a la muerte, la cual no pudo retenerlo, como se registra en Hechos 2:24. Esto se debió a que Cristo, nunca pecó, al tercer amanecer resucitó y hoy está sentado a la diestra del Padre (Romanos 8:34).

La misma naturaleza que Cristo asumió en su encarnación ahora es exaltada en gloria. Como se menciona en Filipenses 2:9, Dios lo exaltó sobremanera y le dio un nombre que está por encima de todo nombre, un misterio que, igualmente, no podemos comprender plenamente.

Hoy en día, contamos con un gran Sumo Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, como se expone en Hebreos 4:14. Él intercede constantemente por sus hijos (Romanos 8:34).

Aquel que una vez vino como un cordero, descrito en Isaías 53:7 como «llevado al matadero» y «como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció y no abrió su boca», vendrá montando un caballo blanco, con ojos como llama de fuego, y «vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS» (Apocalipsis 19:11-13).

Estimado lector, si eres un creyente, estas verdades deberían avivar nuestro corazón, tal como sucedió a aquellos que caminaban hacia Emaús (Lucas 24:31).

La Gloria de Cristo en su Amor.

Dios ha ideado una manera sorprendente de manifestar Su amor. Cuando quiso mostrar Su poder, Él hizo el mundo, cuando quiso mostrar su sabiduría, puso al mundo en una estructura y forma que despliega su vastedad. Cuando quiso manifestar la grandeza y gloria de su nombre, hizo el cielo, y puso en el ángeles y arcángeles, principados y potestades, Pero cuando quiso manifestar su amor ¿A qué estuvo dispuesto?  Dios lo hizo por el camino excelso y maravilloso de Cristo: Su persona, Su sangre, Su justicia.

~ A.W. Pink

Cuando el Apóstol Pablo utiliza la palabra «nosotros» o sus derivados, normalmente hace referencia a aquellos que hemos creído en Cristo (Romanos 5:8, Romanos 8:18, 1 Corintios 15:57, 2 Corintios 4:7, Gálatas 2:16, Filipenses 3:20, 1 Tesalonicenses 4:17, Tito 3:5). Todas las criaturas de Dios disfrutan de Su bondad y misericordia, como se declara en el Salmo 145:9, que afirma que Jehová es bueno para todos. Él es benigno incluso con los ingratos y malvados, como se menciona en Lucas 6:35, y provee tanto al justo como al injusto, como se registra en Mateo 5:45, pero el amor de Dios es en Cristo Jesús Señor nuestro “Romanos 8:39”.  Se recomienda la lectura de la obra de John Owen, «La Muerte de la Muerte en la Muerte de Cristo», o su resumen titulado «Vida por Su Muerte».

La consideración de que Dios nos haya elegido como objeto de Su amor es una verdad que debería inundarnos de profundo gozo. No obstante, es importante aclarar que no había nada en la criatura que pudiera mover o atraer a Dios para amarnos, ya que la Escritura declara que Dios amó a los suyos desde la eternidad (Efesios 1:4-5). Su amor es distinto al amor humano; es soberano, inmutable, gratuito y eterno.

El amor de Dios es soberano porque Él es soberano (Efesios 1:4-5). Él elige amar, y la causa de este amor reside en Su propia voluntad, sin ninguna fuerza externa que lo obligue a actuar.

Su amor es eterno, ya que Él es eterno (Jeremías 31:3), y es inmutable; no cambia. Por lo tanto, si eres un verdadero creyente, Su amor por ti no cambiará, incluso si tu amor por Él es imperfecto.

¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? Como se plantea en Romanos 8:35, estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarnos (Romanos 8:35-39).

La Gloria de Cristo en Su unión con la iglesia

El verdadero creyente está inseparablemente unido a Cristo, un vínculo eterno que ha sido creado para nunca romperse. El Señor vendrá por Su novia, la Iglesia, y no fracasará en Su propósito. La tomará y la santificará con el fin de presentársela a Sí mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha, arruga o imperfección alguna, sino santa y pura (Efesios 5:27).

Repetir la “oración de fe”, como a menudo se hace desde el púlpito moderno, no garantiza una unión con Cristo. Solo Dios puede unir a un pecador con Su Hijo, como se afirma en 1 Corintios 1:30, a través de un llamado eficaz que saca al pecador de su estado natural y lo introduce en un estado de gracia (1 Corintios 1:9). Por supuesto, no podemos pasar por alto el arrepentimiento, el perdón de los pecados y la imputación de la justicia de Cristo a nuestra cuenta.

La unión con Cristo engendra en el creyente una nueva percepción de Él, ya que Su luz ha resplandecido en nuestros corazones e iluminado nuestro conocimiento acerca de Cristo (2 Corintios 4:6). Tenemos un nuevo propósito de vida, pues ya no vivimos para nosotros mismos, sino «para aquel que murió y resucitó» (2 Corintios 5:15), y una nueva escala de valores. Ahora consideramos las cosas espirituales, que no son visibles, pero son eternas (2 Corintios 4:18).

La verdadera salvación consiste en la unión con Cristo. A.N Martin

Esperamos que estas escasas líneas sobre esta meditación solemne en la gloria de Cristo puedan avivar el corazón del creyente, como mínimo, a decir un ferviente ¡Gloria a Cristo!, quien es el unigénito del Padre, el Dios-Hombre por siempre. Amén.

~ Brian Orozco