Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.
Efesios 2.1
La palabra «muertos» no suele resultar atractiva en una conversación quizas para la mayoría de las personas. A veces, tratamos de evitarla o sustituirla, y solo la mencionamos cuando es estrictamente necesario. Concebimos el concepto de muerte como el estado de alguien que ya no está en este mundo, y de hecho, así es. Por lo tanto, podríamos afirmar que alguien que está muerto no puede leer las líneas de este artículo. Ahora, plantearemos una pregunta que podría parecer obvia debido a lo anteriormente mencionado: ¿Estás vivo o muerto? No queremos subestimar la conciencia del lector; simplemente lo invitamos por unos breves minutos a reflexionar sobre su estado espiritual. Aunque en algún momento pueda sentirse señalado, juzgado o ofendido mientras lee, no podemos dejar de comunicar lo que la escritura nos enseña.
El Hombre está espiritualmente muerto.
Estoy convencido de que quienes leen estas líneas han respondido con un ‘Sí, estoy vivo’ o un ‘Por supuesto que estoy vivo’ a la pregunta del párrafo anterior. Sin embargo, queremos que a medida que se desarrolle este artículo, esa respuesta se confirme o se niegue.
Llama la atención que la Biblia, en ocasiones, se refiere a las personas como muertas cuando en realidad están físicamente vivas. El Señor Jesús habla acerca del Hijo pródigo que estaba lejos de su padre, diciendo: ‘Este mi hijo muerto era y ha revivido…’ (Lucas 15:24). También afirma que aquel que oye la palabra y cree ‘ha pasado de muerte a vida’ (Juan 5:24). El apóstol Pablo, en su primera carta a Timoteo, al referirse a las viudas, expresa que ‘la que se entrega a los placeres, viviendo está muerta’ (1 Timoteo 5:6).
Llamar a las personas por el calificativo de muertas no es algo popular. Permíteme decir que Dios ve a toda la humanidad de dos maneras: en Adán o en Cristo; en Adán son aquellos cuyas vidas no han sido unidas a Cristo, y la Escritura declara que están espiritualmente muertos. Por otro lado, los que están en Cristo, es decir, aquellos que han sido justificados delante de Dios mediante su Hijo Jesucristo, son vistos de manera diferente.
Aquellos que, con su continua y permanente altivez, socavan cualquier tipo de conversación; cuya lengua no conoce ni un ápice de verdad y pierden con frecuencia el control, llegando al extremo de establecer su propia justicia derramando sangre inocente. Son personas de corazón tan frío que solo maquinan pensamientos inicuos, y sus pies siempre están apresurados en dirección hacia el mal. Aquellos que hacen de la mentira y la falsedad su mejor aliado: estos, estimado lector, son rasgos de una persona espiritualmente muerta.
Es probable que, al leer los rasgos anteriores, no te suenen agradables ni familiares. Intentaremos ahora presentar un nuevo grupo. La honradez es una virtud que brilla en muchas ocasiones en nuestra sociedad. Si a esa persona le añadimos algunos atributos, como ser trabajadora, puntual, fiel a su palabra y amigable, los aplausos, elogios y buenos comentarios no se harán esperar. La mayoría apreciará este tipo de conducta, y hasta ellos mismos podrían tener un tan alto concepto de sí mismos que pensarán que el cielo les está esperando. Sin embargo, ‘¡oh, cuán engañoso es el corazón! ¿Quién lo conocerá?’ (Jeremías 17:9). Un hombre con las características anteriores quizás no cometa grandes maldades, pero esto no será suficiente para alcanzar la justicia de Dios y pasar de muerte a vida. Así que tenemos que decir que está espiritualmente muerto.
Ahora, centrémonos en el ámbito de las iglesias. El hecho de que una persona asista regularmente a la iglesia no necesariamente es evidencia de que posea vida espiritual. En tiempos de Jesús, los fariseos se ufanaban mostrando su religiosidad, pero el Señor les dijo que eran ‘como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de impurezas’ (Mateo 23:27-32). Se preocupaban por cumplir con los deberes religiosos, aparentando ser hombres rectos, pero sus corazones estaban lejos de Dios. Tenían la forma de la religión, pero la esencia se encontraba ausente.
La gente puede comportarse religiosamente por diversas razones. Algunos han sido enseñados desde niños a ir a la iglesia y, con el tiempo, se han involucrado en el servicio sin haber experimentado un nuevo nacimiento. La forma se les ha impregnado tanto que manejan adecuadamente la jerga evangélica. Otros asisten a la iglesia para calmar sus conciencias y “pagarle un favor a Dios” por alguna bondad que han experimentado. Peor aún, hacen de las iglesias donde no se menciona el pecado y el arrepentimiento su refugio preferido. Según 2 Timoteo 4:3, ‘seguirán sus propios deseos y buscarán maestros que les digan lo que sus oídos se mueren por oír’. Debemos afirmar que, si no ha habido un cambio radical en el corazón, entonces estas personas están espiritualmente muertas
El corazón de estos hombres no tiene suficiente tierra para que la semilla de la palabra de Dios eche raíces y crezca. Pueden recibir la palabra con un ‘amén’ y aparente gozo, pero nunca hubo una raíz profunda. En otros casos, el maligno arrebata la palabra de sus corazones para que no crean, y en otros, lo que hay en el corazón son espinos: preocupaciones en los negocios y placeres de esta vida que ahogan la palabra y no permiten que dé el preciado fruto.
Estimado lector, no solo en los cementerios podemos encontrar gente muerta, también hay en las iglesias, sentados en las sillas y muy cerca de los púlpitos. La razón por la cual las personas no siguen el consejo bíblico, no doblan sus rodillas para suplicar la misericordia del Señor, no mortifican sus pecados y encuentran más atractivos los placeres de este mundo es muy sencilla: están espiritualmente muertas.
Este es el estado espiritual en el que se encuentra la gran mayoría de las personas que nos rodean. Algunos viven engañados en sus propios conceptos, los cuales se desvanecen frágilmente al ser comparados con la verdad de la palabra. Creen que tienen un boleto seguro a la eternidad por sus buenas obras, cuando en realidad somos salvos por gracia y ‘no por obras, para que nadie se gloríe’ (Efesios 2:8-9). Se enorgullecen afirmando que no causan daño a nadie, pero la Escritura enseña que ‘no hay justo, ni aun uno… No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno’ (Romanos 3:10-12).
Sabemos que estas palabras son duras, pero preferimos que el lector se sienta incómodo, corra a Cristo en arrepentimiento y fe, y entre por el camino angosto, ‘porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan’ (Mateo 7:14).
De muerte a Vida.
Al hombre se le ha dado la capacidad de crear cosas y desarrollar nuevas herramientas que en ocasiones contribuyen al avance de la sociedad. Sin embargo, jamás podrá producir la vida que solo procede de Dios, ya sea la vida natural (el nacimiento del ser humano) o la vida espiritual (el nuevo nacimiento).
A lo largo del día, experimentamos necesidades físicas constantes, desde el momento en que despertamos hasta que nuestros ojos se cierran al final de la noche, y esto se repite una y otra vez todos los días. No obstante, hay una necesidad fundamental que supera todas las demás: la necesidad de vida espiritual. Necesitamos ser vivificados, como lo expresó el Señor Jesús: ‘es necesario nacer de nuevo’ (Juan 3:7). No es suficiente con un frágil arreglo de apariencia, vocabulario o prácticas religiosas; necesitamos un nuevo corazón. Este cambio es tan significativo que el hombre debe convertirse en una nueva criatura (2 Corintios 5:17) y solo puede ser producido por Dios.
No contribuiré a propagar el error de aquellos que dicen que ‘Lo único que hay que hacer es aceptar a Jesús en tu corazón, vivir la vida como un campeón, despertar todos los dones que ya tienes, y entonces se cumplirán todos tus sueños’. ¡Oh no, estimado lector! Ese no es el verdadero evangelio. Debes arrepentirte de tus pecados y creer en Cristo (Marcos 1:14-15, Hechos 2:38, Hechos 16:30-31, Hechos 3:19). Suplica al Rey de Gloria, que está sentado en su trono, que tenga misericordia de ti, porque la ira de Dios está sobre todo aquel que está fuera de Cristo (Juan 3:36). Solo su sacrificio expiatorio puede aplacar la ira del Padre (Romanos 5:8-9). No hay hombre cuyo pasado sea tan detestable y sus pecados tan oscuros que no puedan ser limpiados y quedar ‘como blanca lana’ (Isaías 1:18).
El Espíritu Santo infundió vida en el alma de una mujer poseída por siete demonios, llevándola a los pies de Cristo. María Magdalena fue testigo de la crucifixión y resurrección de Jesús (Marcos 16:9). El Espíritu Santo, que es todo poderoso, puede transformar corazones de piedra en corazones de carne (Ezequiel 36:26). Puede cambiar al hombre más arrogante en uno de los más humildes. Tomó al apóstol Pablo, el enemigo perseguidor más ferviente de los creyentes en el primer siglo, y lo convirtió en el más celoso predicador del evangelio (Gálatas 1:23). También pudo tomar a un monje católico llamado Martin Lutero, educado en un cúmulo de falsas enseñanzas, y convertirlo en el defensor más ardiente de la justificación por la fe.
Puede transformar a un hombre inteligente y estudioso, pero también intelectualmente arrogante, en un predicador apasionado y elocuente que tenga un gran impacto en el Gran Avivamiento en el protestantismo estadounidense, como fue el caso de Jonathan Edwards.
Oh, mi querido lector, si sientes inquietud en lo profundo de tu ser por el estado de tu alma inmortal, acude a la fuente de agua viva que es Cristo Jesús (Juan 4:14) y pide al Espíritu de Verdad que te haga nacer de nuevo.
¿En verdad estas vivo?
George Whitefield, preguntó a una muchacha escocesa si su corazón había sido cambiado, esta respondió de modo hermoso y verdadero; dijo que algo había cambiado, que no sabía si era el mundo o su corazón, pero que, verdaderamente el cambio existía, ya que todo parecía distinto de lo que antes era.
El verdadero creyente reconoce que hay un antes y un después en su vida. En algún momento, experimentó un cambio en su alma que, quizás, no pudo entender completamente. Puede que no recuerde la fecha exacta o el día preciso, pero sí la época del año en la que estaba cuando Dios, rico en misericordia y por su soberana voluntad, le trajo a Cristo. Para algunos, esto produjo cambios muy radicales; el alcohol que antes deseaban ahora es odiado, la infidelidad que antes les parecía normal ya no les brinda placer alguno. Otros simplemente dirán: ‘Desde ese día, veo las flores más hermosas y todo es diferente’. Saben que desde ese momento hubo un nuevo comienzo, y ahora el lente de Cristo ha llegado a sus ojos, permitiéndoles ver la vida de forma distinta.
El verdadero creyente comprende la necesidad de alimentarse espiritualmente con la Palabra de Dios. Sabe que, si deja de leer la Escritura, su vida comenzará un descenso en espiral. La vida eterna consiste en conocer a Cristo (Juan 17:3), y lo hacemos a través de su Palabra. Somos como los pámpanos que necesitan estar adheridos a la vid, que es Cristo, y separados de Él, nada podemos hacer nada (Juan 15:5). Como afirmó el salmista: ‘Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera mi camino’ (Salmos 119:105).
Un corazón iluminado y renovado por el Espíritu Santo vive una vida de arrepentimiento continuo. No se deleita ni puede estar tranquilo cuando peca, viendo el pecado como algo muy serio y reconociendo: ‘Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos’ (Salmos 51:4). Aunque sigue siendo un pecador, ya no es esclavo del pecado (Romanos 6:17). Ahora está bajo el dominio de un nuevo poder y tiene un nuevo amo, que es Cristo.
La santidad es el lado visible de la salvación
~ Charles Spurgeon.
La persona que está viva espiritualmente no rinde culto a un dios creado en su imaginación, conforme a sus propias características atractivas, sino que aprecia el verdadero carácter de Dios revelado en la Biblia. Se preocupa por conocer Sus atributos. Aquí algunos ejemplos: Misericordioso y Compasivo (Salmo 145:8), Santo (1 Tesalonicenses 5:23), Omnipotente (Mateo 19:26), Omnipresente (Salmo 139:7), Omnisciente (Salmo 147:5), Justo (Salmo 145:17), Amoroso (1 Juan 4:8), Inmutable (Malaquías 3:6), Sabio (Romanos 11:33), Fiel (Deuteronomio 7:9).
De nada sirve que una persona diga que ama a Dios si solo piensa en su propia felicidad y en los beneficios que pueda obtener, sin preocuparse por dar gloria a Su nombre. El Señor Jesús dijo en Juan 14:15: ‘Si me amáis, guardad mis mandamientos’, y esto, más que sentir mariposas en el estómago, es una actitud del corazón que ha comprendido el sacrificio expiatorio de Cristo. Por supuesto, no vivirá una vida perfecta, pero sabe que cuando peca, ‘tenemos un Abogado para con el Padre, a Jesucristo el justo’ (1 Juan 2:1).
Si somos cristianos de verdad, nuestro deseo debe ser, por mucho que fallemos en la práctica, Vivir para Cristo. Martyn Lloyd Jones
El verdadero creyente se esfuerza por tener comunión con aquellos que profesan su misma fe. Comprende que no es el único que ha sido transformado y tiene hermanos con quienes compartir y adorar a aquel que, por Su gracia, le ha salvado. Entiende que no debe dejar de congregarse, como algunos tienen por costumbre (Hebreos 10:25). Se reúne para adorar al Señor con otros creyentes, siendo edificado a través de la Palabra de Dios, animado y confrontado mutuamente. Recuerda el sacrificio de Cristo al participar en la Santa Cena.
Quien es ahora una nueva criatura en Cristo Jesús (2 Corintios 5:17) ha sido trasladado de las tinieblas a Su luz admirable (1 Pedro 2:9). Aunque sigue en este mundo, ya no es amigo del mundo (Santiago 4:4). Sus intereses han cambiado; ahora desea glorificar a Dios en medio de este mundo. El mundo lo aborrece (Juan 15:18) porque va en una dirección contraria. Los hombres del mundo se preocupan por satisfacer sus propios deseos y placeres egoístas. Su atención se centra siempre en los asuntos temporales de esta tierra y no en la vida eterna. Lejos de ellos estará dar gloria a Cristo, aunque lo digan con su boca; su conducta revelará sus verdaderos intereses. El verdadero cristiano ama lo que los mundanos aborrecen.
Dice J.C. Ryle: «¿Estás vivo? Si es así, demuéstralo mediante tu crecimiento. Que el gran cambio que ha tenido lugar en ti sea más evidente cada día. Que la luz en ti aumente; que no se detenga, como se detuvo el sol en el valle de Ajalón (Josué 10:12), ni retroceda, como en los días de exequias (Isaías 38:8), sino que brille más y más hasta el fin de tus días. Que la imagen de tu Señor, por el cual has sido renovado, se vea de modo más claro en ti a medida que pasa el tiempo. Que no sea como la inscripción en las monedas, que se vuelve confusa y borrosa con el uso, sino, por el contrario, que a medida que avanza el tiempo, la imagen de tu Rey se vuelva más completa y clara. No creo que la fe no avance. No creo que el cristiano fuera creado para ser como los animales que crecen hasta alcanzar cierta edad y cesan de crecer. Más bien, creo que fue creado para ser como los árboles, que crecen con fuerza y vigor durante todos sus días.»
Estimado lector, y hablo también para mí mismo, si hemos respondido de forma positiva a la pregunta inicial de este artículo, esforcémonos cada día por vivir de manera que se note que tenemos nuestros ojos puestos en el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2). Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (Gálatas 5:25). El Rey de gloria se acerca y viene por Su iglesia, «examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos (2 Corintios 13:5)».
Al único Dios se la gloria por los siglos. Amen.
~ Brian Orozco