Hebreos 12:15
“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios;
que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.”
Meditación
La amargura no aparece de la noche a la mañana. Es una raíz. Se esconde debajo del suelo del alma, silenciosa, imperceptible… hasta que da fruto: enojo constante, desconfianza, dureza, cinismo, o aislamiento.
Este pasaje nos advierte que la amargura estorba. Estorba tu paz. Estorba tu comunión con Dios. Estorba tu amor hacia los hermanos. Pero más aún: puede alejarte de la gracia.
Eso no significa perder la salvación, sino vivir sin experimentar la plenitud de la gracia que Dios da a los humildes (Santiago 4:6).
Quien se aferra a la herida con terquedad, cierra su corazón al bálsamo del evangelio.
Y esta raíz no solo envenena al que la lleva. Contamina a muchos. La amargura tiene fruto colectivo: arruina hogares, divide iglesias, destruye amistades.
Thomas Brooks dijo:
“La amargura en el corazón es como veneno en un manantial: no tarda en llegar a todo lo que fluye desde allí.”
Aplicación
Este texto te llama a examinarte con urgencia. Porque si no la arrancas, ella echará ramas que ahogarán tu vida espiritual.
Pero hay esperanza: Dios da mayor gracia.
La raíz de la amargura puede ser cortada con el hacha del evangelio:
- El perdón de Dios en Cristo te libera para perdonar.
- Su amor sana lo que otros han herido.
- Su verdad expone las mentiras que alimentan tu rencor.
Richard Sibbes escribió:
“El corazón amargo es aquel que no ha bebido suficiente del amor de Cristo.”
- ¿Hay alguna raíz creciendo en ti?
- ¿Has alimentado pensamientos contra alguien, incluso justificándote con tu dolor?
- ¿Has disfrazado tu amargura de “auto-protección” o “justicia”?
Oración
“Señor justo y misericordioso,
mi corazón ha sido herido, y en ocasiones he guardado ese dolor con celo,
alimentando rencores, justificando mi dureza,
permitiendo que brote una raíz que Tú aborreces.
Hoy me postro ante tu cruz,
donde fuiste herido por mí, y sin embargo oraste: ‘Padre, perdónalos’.
Dame esa gracia. Arranca lo que yo no puedo.
Corta la raíz antes que contamine más.
Haz de mí una fuente de perdón, no de veneno;
de bendición, no de juicio.
Lléname con tu Espíritu, y líbrame de las cadenas invisibles de la amargura.
Hazme libre por el poder del evangelio.
En el nombre del que sanó con su herida,
Amén.”