1 Juan 1:7
“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.”
Meditación
La culpa es una sombra persistente. Aun después del perdón, muchos creyentes caminan con el peso invisible de errores pasados, pecados ocultos, heridas abiertas. Intentan compensar, esforzarse, hacer méritos… pero el alma sigue inquieta. La culpa no se limpia con lágrimas humanas ni con buenas obras. Solo la sangre de Cristo tiene ese poder.
El apóstol Juan no nos llama a escondernos en la oscuridad, sino a andar en luz. ¿Y qué ocurre cuando traemos nuestra miseria ante la santidad de Dios? Lejos de ser rechazados, somos limpiados. Porque no hay pecado tan profundo que la sangre del Cordero no pueda lavar. No hay mancha tan oscura que el sacrificio de Cristo no pueda purificar.
Él nos limpia de todo pecado. Este es el poder del evangelio: la justicia de Cristo aplicada a pecadores culpables, trayendo no solo perdón legal, sino paz interior.
Y esta sangre sigue hablando hoy. No clama por venganza, como la de Abel, sino que intercede por gracia. Nos recuerda que no somos aceptos por lo que sentimos, sino por lo que Cristo hizo. Cuando el enemigo acusa, la cruz responde: “Ya fue pagado. Ya fue limpiado.”
Charles Spurgeon dijo:
“Cuando el alma ve la sangre de Cristo y cree, entonces la culpa es lanzada al abismo, para no ser hallada jamás.”
Amado hermano o hermana: si estás en Cristo, ya no hay condenación. No vivas bajo cadenas que Él ya rompió. La sangre que te limpió sigue siendo suficiente hoy.
Aplicación
- ¿Sigo cargando culpas que Cristo ya limpió?
- ¿Confío más en mis emociones cambiantes que en la obra terminada de Jesús?
- ¿Ando en la luz, confesando mis pecados, o escondo lo que Él quiere limpiar?
- Medita en la suficiencia de la sangre de Cristo cada vez que la culpa te acuse.
- Camina en luz: confiesa tus pecados sin temor, sabiendo que la limpieza ya fue provista.
- Rechaza la autojustificación y abraza el perdón gratuito del evangelio.
- Anima a otros que luchan con culpa, recordándoles el poder de la cruz.
Oración
Señor, me acerco con humildad, sabiendo que no tengo nada con qué limpiarme. Pero también me acerco con fe, confiando en la sangre preciosa de Cristo, que lo purifica todo. Gracias por un perdón tan completo, tan inmerecido, tan poderoso. Ayúdame a vivir sin temor, sin condenación, con el gozo de quien ha sido verdaderamente lavado. En el nombre de Jesús. Amén.