Lucas 18:13-14
“Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.”
Meditación
Nada impide más el verdadero arrepentimiento que la autojusticia: esa ilusión mortal de que somos lo suficientemente buenos, que nuestros pecados no son tan graves, que nuestras obras nos colocan en mejor posición ante Dios. Jesús, en esta parábola, no confronta a un asesino o a un blasfemo, sino a un hombre religioso que confía en sí mismo.
El fariseo oraba, ayunaba, diezmaba… pero se exaltaba a sí mismo. Mientras tanto, el publicano —reconocido pecador público— no se justificó, se humilló. Él sabía que no podía hacer nada para cubrir su maldad, y por eso rogó: “Sé propicio a mí, pecador”.
El gran escándalo de esta escena es que el justificado no fue el que parecía más santo, sino el que reconoció su necesidad. Porque Dios no salva a los que se creen buenos, sino a los que claman por misericordia.
La autojusticia endurece el corazón, impide ver la propia miseria y apaga la gratitud por la cruz. Es más sutil que el pecado abierto, porque se disfraza de piedad. Pero es tan peligrosa que Jesús la denuncia una y otra vez: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Mateo 9:12).
Thomas Watson lo advirtió así:
“Hasta que el pecador vea su propia injusticia, jamás buscará la justicia de Cristo.”
La autojusticia se gloría en uno mismo. La fe verdadera se gloría en la obra de Cristo. Uno será humillado eternamente; el otro será justificado por gracia.
Aplicación
- ¿Vivo dependiendo de mis logros espirituales o de la obra terminada de Cristo?
- ¿Me comparo con otros para sentirme más justo?
- ¿Me acerco a Dios con humildad quebrantada o con la confianza de mi desempeño?
- Examina tu corazón: incluso la religiosidad puede esconder orgullo.
- Confiesa tus pecados diariamente, recordando que solo la gracia te sostiene.
- Alégrate no en lo que haces para Dios, sino en lo que Él hizo por ti en Cristo.
- Abre tu boca en oración como el publicano: con reverencia, humildad y verdad.
Oración
Dios justo y misericordioso, perdóname por cada vez que me he exaltado, por cada comparación orgullosa, por cada intento de justificarme sin tu cruz. Hazme como el publicano: quebrantado, necesitado, humilde. Gracias por la justicia que no pude ganar, pero que me diste en Cristo. Que mi confianza nunca esté en mí, sino en Aquel que murió y resucitó por mí. Amén.