Isaías 6:5
“¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.”
Meditación
Cuando Isaías fue llevado a la presencia de Dios en una visión, no exclamó gozo, ni curiosidad, ni emoción. Exclamó juicio sobre sí mismo: “¡Ay de mí!”. ¿Por qué? Porque ante la luz cegadora de la santidad de Dios, el pecado ya no parece pequeño, ni justificable, ni inofensivo. El profeta, considerado justo entre su pueblo, se ve como verdaderamente es: inmundo, indigno, merecedor de muerte.
Esta es la esencia de lo que significa ver la gravedad del pecado. Una ofensa contra el carácter mismo de Dios, contra Su santidad. El pecado es tan grave que reclama la muerte del pecador. Por eso Isaías dice: “soy muerto”. No está exagerando; está despertando a una realidad que pocos quieren ver.
Hoy vivimos en tiempos en que el pecado se trivializa, se disfraza, se redefine. Pero nadie que haya tenido un verdadero encuentro con el Dios santo puede seguir viéndolo como algo liviano. Cuanto más vemos la pureza de Dios, más sentimos el peso de nuestra impureza.
Sin embargo, en medio de esa convicción aplastante, Dios no destruyó a Isaías. Envió un serafín con un carbón encendido para tocar sus labios y purificarlo. Esa escena profética apunta hacia Cristo: la única respuesta a la gravedad del pecado es la gracia purificadora del Evangelio.
Jonathan Edwards dijo:
“El pecado es infinitamente detestable porque es cometido contra un Dios infinitamente digno.”
Si no comprendemos la gravedad del pecado, nunca apreciaremos la profundidad de la cruz. Solo el que ha visto su miseria, puede valorar el sacrificio.
Aplicación
- ¿Cómo veo mi pecado: como algo leve o como una traición contra la santidad de Dios?
- ¿He llorado alguna vez ante Dios por lo que soy, no solo por lo que he hecho?
- ¿Aprecio realmente la cruz, o la considero innecesaria porque no veo la gravedad de mi condición?
- Pídele a Dios una visión clara de Su santidad y de tu necesidad de redención.
- Confiesa tus pecados con humildad, sin justificar ni maquillar.
- Medita en la cruz como el único lugar donde tu culpa fue realmente tratada.
- Vive con reverencia, sabiendo que el pecado que tú cometes fue lo que llevó a Cristo a la muerte.
Oración
Oh Dios santo, al contemplarte, solo puedo decir: “¡Ay de mí!”. Mi corazón está manchado, mis labios son impuros, y no soy digno de estar ante Ti. Pero gracias por la cruz, donde mi pecado fue tratado con toda su gravedad y tu gracia fue derramada en plenitud. Purifícame, Señor. Hazme temblar ante tu santidad y descansar en tu misericordia. En el nombre del Cordero sin mancha, Jesús. Amen.