Romanos 8:13
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.”
Meditación
La vida cristiana es una batalla espiritual constante. El apóstol Pablo nos llama a una guerra sin tregua contra el pecado. No se trata de reformarlo, ignorarlo o justificarlo, sino de matarlo
Esta es la tarea solemne de la mortificación del pecado: hacer morir lo que aún queda de la vieja naturaleza.
Este es un llamado a todos los creyentes y es una señal vital del verdadero cristiano. El que no lucha contra el pecado, ha hecho las paces con él. Pero el que ha nacido de nuevo, aunque tropiece, ya no puede vivir en paz con lo que Cristo vino a destruir.
Lo glorioso de este mandato es que no luchamos solos. No es una guerra por nuestras fuerzas. Pablo dice: “por el Espíritu hacéis morir…”. Solo el poder del Espíritu Santo puede aplicar la cruz a nuestras pasiones desordenadas, y ayudarnos a vivir en obediencia.
John Owen escribió con sobriedad:
“Mata el pecado, o el pecado te matará a ti.”
La mortificación no es represión ni ascetismo, sino una respuesta de amor al Salvador que fue crucificado por nuestros pecados. Es renunciar diariamente al yo, tomar la cruz, y seguir a Cristo, aunque duela. No para ganar el favor de Dios, sino porque ya hemos sido aceptados en Cristo.
Es una lucha diaria, sí. Pero también es una lucha victoriosa, porque el pecado ya fue derrotado en la cruz. Nuestra tarea es alinear nuestra vida con esa victoria.
Aplicación
- ¿Estoy luchando activamente contra el pecado, o me he acomodado a su presencia?
- ¿Confieso mis pecados regularmente, o los excuso con sutileza?
- ¿Dependo del Espíritu Santo o de mis propias fuerzas para crecer en santidad?
- Examina tu corazón cada día a la luz de la Palabra.
- Ora pidiendo ayuda específica al Espíritu Santo para vencer tus pecados dominantes.
- Huye de las tentaciones y corta lo que alimenta la carne, aunque sea doloroso.
- Busca rendir cuentas a hermanos maduros en la fe que te animen y te corrijan en amor.
Oración
Señor, mi corazón aún guarda rincones oscuros donde el pecado quiere reinar.
Perdóname por mi indiferencia, mi orgullo, mi dureza.
Ayúdame, por tu Espíritu, a hacer morir lo que desagrada tu santidad.
Enséñame a luchar no con desesperación, sino con fe en la victoria de Cristo.
Hazme caminar cada día más cerca de Ti, con un corazón limpio y quebrantado.
Amén.