Mateo 5:9
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Meditación
En medio de un mundo desgarrado por conflictos, orgullo y divisiones, el Señor Jesús pronuncia esta bienaventuranza con poder y ternura. Los pacificadores son bienaventurados, no por evitar el conflicto a toda costa, sino porque reflejan el carácter mismo de Dios: el gran Reconciliador.
Ser pacificador no es ser indiferente, tibio o complaciente con el pecado. Es tener un corazón transformado por el evangelio, un corazón que ha sido reconciliado con Dios, y que ahora anhela ver esa reconciliación obrando entre otros. El pacificador busca restaurar, no destruir; sanar, no herir; unir, no dividir.
Y no es casual que Jesús diga que estos serán llamados hijos de Dios. Porque los hijos se parecen a su Padre. Dios, en Cristo, no esperó que nosotros diésemos el primer paso. Él tomó la iniciativa para hacer la paz mediante la sangre de la cruz (Colosenses 1:20). Ser pacificador es caminar en los pasos de Cristo, llevando la cruz si es necesario, para que otros vean su gloria.
Thomas Watson lo expresó así:
“Dios nunca está más cerca de nosotros que cuando llevamos Su paz a los demás.”
El mundo exalta al que conquista, al que vence con fuerza. Pero en el Reino de los Cielos, el bienaventurado es el que vence el mal haciendo el bien (Romanos 12:21). La paz verdadera no es ausencia de guerra, sino la presencia de Dios obrando en los corazones.
Aplicación
- ¿Soy conocido por ser pacificador o por encender divisiones con mis palabras y actitudes?
- ¿Estoy dispuesto a sacrificar mi orgullo para promover la paz y la unidad?
- ¿Refleja mi vida el corazón del Dios que hizo la paz conmigo cuando yo era su enemigo?
- Ora por sabiduría para ser un pacificador en tu hogar, iglesia y trabajo.
- Pide perdón si has contribuido a divisiones, y busca reconciliación con humildad.
- Habla con gracia, incluso cuando tengas razón; edifica en lugar de herir.
- Lleva el evangelio de la paz a otros, porque no hay paz verdadera sin Cristo.
Oración
Padre de misericordia, gracias por hacer la paz conmigo por medio de tu Hijo. Dame un corazón semejante al tuyo, que anhele restaurar y no dividir. Perdona mi orgullo y mis palabras apresuradas. Hazme un instrumento de tu paz en medio de este mundo roto. Que al vivir como pacificador, refleje que soy verdaderamente tu hijo. En el nombre de Jesús, Príncipe de Paz. Amén.