Mateo 5:3
“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.”
Meditación
En un tiempo donde muchos definen el Reino de Dios como una plataforma para el éxito, la influencia o la prosperidad, las palabras de Jesús en el monte aún retumban con claridad y poder: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Es decir, aquellos que reconocen su bancarrota espiritual, su absoluta dependencia de la gracia, su total necesidad de Cristo.
Pero hoy, bajo la etiqueta de “visión de Reino”, se proclama una narrativa diferente. Una visión donde el Reino gira en torno al bienestar del hombre más que a la gloria de Dios. Se presenta un Reino de crecimiento empresarial, conquistas culturales y realización personal, pero donde la cruz ha sido suavizada, el pecado minimizado, y el carácter de Cristo eclipsado por la ambición espiritualizada.
No es que el Reino de Dios no influya en la cultura o no transforme las estructuras. Lo hace, pero no a través de la arrogancia espiritual ni del poder humano, sino mediante hombres y mujeres transformados por el evangelio, crucificados con Cristo, y conformados a su imagen.
John Owen escribió:
“No podemos tener a Cristo como Rey si no lo recibimos primero como Cordero.”
Esta es la verdad que se ignora cuando el Reino es usado como excusa para engrandecer agendas personales. Un Reino sin cruz, sin arrepentimiento, sin santidad, no es el Reino del Dios Santo. Es una parodia.
El verdadero Reino comienza en el alma. Nace donde hay quebranto por el pecado, hambre de justicia, mansedumbre delante del trono. Avanza en lo secreto, cuando el orgullo muere y la obediencia florece. No necesita reflectores. Solo necesita corazones rendidos.
Porque el Reino de Dios no consiste en palabras grandiosas, sino en poder (1 Corintios 4:20). Poder para vencer al pecado, para amar al enemigo, para caminar como Cristo caminó.
Aplicación
- ¿Qué estoy construyendo con mi vida: el Reino de Dios o mi propia torre de Babel?
- ¿Busco a Cristo por lo que puede darme o por lo que Él es?
- ¿Estoy siendo formado por el carácter del Rey o seducido por la gloria de este mundo?
- Revisa tu motivación cuando hablas del Reino: ¿exalta a Cristo o te exalta a ti?
- Vuelve a las bienaventuranzas como el molde del carácter del ciudadano del Reino.
- Ora para que Dios te muestre si estás usando el lenguaje del Reino para justificar la ambición.
- Apasiónate por el Rey, no solo por su Reino.
Oración
Señor soberano y santo,
Perdóname por cada vez que he usado tu Reino para promover mis deseos.
Hazme pobre en espíritu, quebranta mi orgullo, y forma en mí el carácter de tu Hijo.
No quiero un Reino sin Rey, ni una visión sin cruz.
Enséñame a caminar por la senda estrecha, con los ojos puestos en tu gloria,
y que tu Reino venga… primero a mi corazón.
Amén.